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jueves, 16 de junio de 2016

El telón de espino









Hoy han venido otra vez los camiones que dan comida. Khamal dice que no aguanta más y que quiere volver a casa. Papá le riñe y le contesta que es imposible. Es algo que se repite casi todos los días. Lo peor de estar aquí no es el frío que tengo a veces, cuando llueve y se moja el suelo de la tienda; ni el hambre. Es la sensación de estar en una rueda que no cesa de girar.

Juego junto a los demás niños del campamento con los alambres y los palos que encontramos, aunque ya nadie quiere imitar una guerra medieval. Hacemos figuras en el suelo e imaginamos que estamos de nuevo en casa. Shamira nos contó que la suya había sido destruida por las bombas, y que sus padres habían muerto en el derrumbe. Se pudo venir con su tío Hasam montada en unos barcos pequeños, donde estaban muy apretados.

Por las noches escucho a algunos adultos llorar, mientras los bebés se mantienen callados. No sé qué nos retiene aquí, pero papá nos dice que hay que esperar, que ahora mismo no podemos irnos a una nueva casa en Europa.

Es todo muy extraño, ¿sabes? Sucedió de golpe. Yo tenía una vida normal en Deir Ezzor, hasta que un día mi padre llegó a casa, acelerado, y nos dijo que nos teníamos que ir. A mamá le habían disparado por la calle.

Ahora me pregunto si algún día podré irme de aquí...



"Nos vemos en la alambrada".

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