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domingo, 13 de noviembre de 2016

Una historia del Metro

Ella caminaba por una ciudad con sangre, pero sin alma. Recordó que alguien le trastocó el sentido de la vista. No fue hace mucho, es cierto. Sin embargo, cuando iba por el metro, no había nadie. El silencio era interrumpido por sus pisadas y la llegada del transporte.

Los asientos, siempre vacíos. Se sentaba, y se quedaba pensativa. Aquella batalla nada tenía que ver con las guerras de los poderosos, aunque bien podía ser carne de cañón. La suya era una patria extraña, donde entraba a formar parte una élite de desesperanzados, de luchadores con camino y sin compañía.

Yo la conocí sin descubrirla, siendo aún la sombra que proyecto. Me senté enfrente, en la distancia. Es verdad que ella no me veía, aunque eso no era una novedad. ¿Acaso iba yo vestido de verde y amarillo? No lo recuerdo. Tal vez en un pasado que se nubla llevé esos colores.

Me dijo que quería escapar, aunque no tenía adonde. "No es la ciudad", murmuró, "es la ausencia que dibuja el horizonte". Yo asentía con la tristeza de quien ya ha recorrido esos páramos. "Quizá tengas razón", contesté, "aunque deberías recordar que nosotros también podemos pintar unos trazos". 

A veces me miraba, sin conocer el color de mis ojos, ni los rasgos de mis facciones. Yo creía ver sus miedos desaparecer por un instante, aunque luego volvían relampagueando. El metro se detenía y ella se apeaba en el destino de siempre. El de la bruma. Yo me bajaba también, y seguía sus pasos hacia el exterior. Lo que me aterraba por las noches era ver el plenilunio a su lado.

Me contaba que le encantaba, que (por unos instantes) se desvanecía en un mundo que no era el suyo. Yo, por desgracia, veía en la proyección del satélite una luz que no era la suya. Porque yo nunca tuve más que chispas, y no supe absorber ningún destello.

Supe entonces que no importaba lo negro que fuese mi sino, si por el viaje lograba evitar que se apagara alguna estrella. Supe que ella no me veía (ni lo hará) en el asiento de enfrente, pero entendí que se vería reflejada en los cristales del vagón.

Por ello, de vez en cuando, mi vaho empaña la ventana, y un dedo que no existe, escribe:

No te busqué,
aunque vivíamos
en la misma soledad.

Me parezco a ti,
no en la forma, sí
en la pregunta.



https://youtu.be/KYYzZzW1xxU 

Para Lara L.

   
Palabras clave: Horizonte, patria y plenilunio.

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