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sábado, 5 de noviembre de 2016

La arquitecta del sonido

Una melodía triste impregnaba el ambiente. Las velas de la catedral se movían, agitadas, con cada timbre que devolvía el eco. Era tarde, pero no importaba, aquel lugar había sido un refugio frente a los peligros de la noche.

- ¿Otra vez esa canción? ¿No te hartas?

La música cesó. A lo lejos se distinguía una figura femenina, de espaldas. Llevaba una mata de pelo oscuro, lacio, que le cubría el cuello. Poco a poco la distancia se fue acortando.

- No. Ya deberías saberlo. Hacer esto... De alguna forma me libera.

- Sabes que está prohibido venir aquí. No sé siquiera por qué te dejo entrar.

La pianista se giró, esbozando una meliflua sonrisa. Los ojos, tan claros como bellos, le brillaban.

- Tal vez te gusta mi canción. Quizá te trae recuerdos de otros tiempos.- Respondió, mientras acariciaba las teclas del piano.

- Sí. Podría ser eso. Lo extraño es... Que no son buenos, y, sin embargo, es como si me limpiases por dentro. Y supongo que tú también vienes aquí por el mismo motivo.

Se acercó aún más, y sentó a su lado.  

- ¿Puedo acercarme a ti? Tranquila, no voy a hacerte nada.

Ella asintió, un poco nerviosa. Una parte de ella, la que le protegía de lo desconocido, le instaba a salir corriendo. La otra, descargaba ráfagas de curiosidad por todo el cuerpo. Tal vez por esa razón se sorprendió cuando se aproximó a su oreja y, en un susurro apenas audible, le dijo:

- Cuando vi tus ojos, reconocí en ellos los míos. Sé que tenemos colores muy distintos, en apariencia. Sin embargo, las personas que hemos vivido una temporada en la oscuridad, conservamos el rastro. ¿Quieres saber qué evoca tu canción?

La mujer, que había sujetado con fuerza el caballito de mar de su colgante durante las declaraciones, tenía el vello erizado, la piel congelada. Un miedo indescriptible a lo que vendría después le sacudía, al tiempo que una explosión de tranquilidad inmovilizaba su cuerpo. Aquellas sensaciones, aquella curiosa mezcla, por extraño que parezca, le gustaban.

- Sí. Quiero saberlo.- Murmuró.

Algunas velas de la catedral se apagaron. Se escuchaban golpes en las ventanas, leves crujidos en los cristales. Si había tenido su oportunidad de huir, la había perdido ya. Al menos eso pensaba.

- Veo marionetas rotas de mi infancia, un niño que llora en los rincones y la maldad del mundo devorando mis manos. Asesinos, aunque también defensores. Escucho el amor que no necesita tocar para existir, y la soledad que engulle al diferente.

Las velas se consumen. Los cristales ceden, llenando el suelo de pequeños trozos. Entran algunas ráfagas de luz del exterior, pero la zona del piano queda en penumbra. La figura rompe a sollozar, y la mujer abraza su cuerpo. Nota la humedad, el calor que desprenden las lágrimas.

Una atmósfera etérea define el lugar, e interviene a su gusto. Se escuchan las notas de la canción, pero nadie toca el piano. Ella cierra los ojos, y se deja llevar por la melodía.

Sus labios están llenos de agua salada, y, al abrir los ojos, se da cuenta de que allí no había nadie y que aquellas eran sus lágrimas.

Para Andrea A. 

https://youtu.be/H25ORRgLxdA   


Palabras clave: Susurro, melifluo y etéreo.

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