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martes, 26 de mayo de 2015

La ciudad de las sombras

Las viejas ramificaciones se unen con las nuevas, dentro del árbol milenario de la ciudad. Las sombras se esconden entre los pulmones de la vida, y todo viajero sabe que puede ser atraído por el afilado corte de la curiosidad. No sabes qué hay en cada portal, en cada esquina, cuando tus pasos te llevan a lo antiguo.

¿Qué se esconde tras las máscaras de la gente? Ellos también respiran la oscuridad de la ciudad. Algunos conocen bien por dónde se mueven los monstruos y prefieren evitarlos. Otros, en cambio, se unen a ellos para aumentar las legiones. El humo de las tinieblas puede deslizarse por el gaznate, entrar en las venas diluido en sangre, o meterse por la nariz, carcomiendo el tabique con su mala praxis.
Todo visitante es atraído por la falsa luz atractiva de los neones, que indican el camino hacia el negro palacio de la noche. Claro que, todo tiene un precio. Nada es gratis en la cuna del placer.

Intrincados callejones hacia la locura, nuevas experiencias, donde los museos de lo cotidiano cambian de exposición conforme pasan las horas. Los templos de los abstemios solo se llenan una vez, durante el día, hasta que los cubren las alas de la bruma, la niebla de los sentidos, los jinetes tenebrosos. Los cuadros de la gente se difuminan, y se confunden, surreales, extraños, obras de Monet en la distancia. Ser parte o no de la ciudad, te preguntarás. Fundirse con los muros, las pisadas uniformes del espectro que lo controla todo. O correr persiguiendo la salvación, en contra de los designios del corazón, que domina los cerebros de la gente que entra en su circulación.

Si me preguntas a mí, no sé qué decirte. Si me preguntas a mí, puede que no sepa la respuesta. Porque nunca traspasé la línea que separa la ciudad de mis pies.

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