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martes, 17 de febrero de 2015

Acantilados

Volví a caer dentro de zarzas en medio de la lluvia. Tropezar al borde de un acantilado puede darte colchones extraños, con espinas que atraviesan la piel, pero que salvan la vida. La lluvia me riega a mí, y la sangre riega las zarzas. La tierra y el arbusto se vuelven rojos, y comienzan a brotar flores del mismo color entre las espinas.
Es entonces cuando me quito poco a poco de las espinas, fuertemente incrustadas. Caigo al suelo, sin apenas poder moverme. Me falta el aliento.

No sé cómo seguir, cómo continuar, cuando el tsunami del tiempo me ahoga y la vida se me escapa entre suspiros de metralla. No hay nadie ahí fuera, en la yerma extensión de mi mente, y las bombas desgarraron mi piel. Desnudo, sin nada, una mancha roja tumbada en el suelo.


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