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jueves, 17 de octubre de 2013

Lejos, más lejos.

Me encontraba mirándola fijamente, desde mi asiento. Ella levantó la cabeza, y dejó de leer el libro que tenía entre sus manos.

- ¿Qué haces?- Inquirió.
- Desplegar mis encantos. Todavía estoy en la primera fase.- Respondí.

Suspiró ruidosamente, y volvió a enfrascarse en la lectura. Fue entonces cuando sentí el tremendo golpe.

- ¡Eh! ¡Eh! Benjamin, despierta. ¿Estás bien?

Desperté. La vi a ella y recordé. El barco se había destrozado, y no sabía cómo. El mar nos arrastró a ambos a la orilla. Me incorporó un poco. Tenía la vista borrosa y no alcanzaba a ver mucho más allá de su rostro. Tosí. Al parar me sentía un poco mejor. Ya podía ver a mi alrededor. Aún estaba sobre la arena. El agua del mar lamía mis pies. Las botas estaban totalmente empapadas, y no digamos el resto de mi cuerpo. Mis gafas debí haberlas perdido en el barco, o puede que durante el naufragio.

Me levanté con ayuda de Helena. El mar estaba en calma, al menos hasta donde alcanzaba el horizonte. El sol se mostraba muy presente, acariciando con sus rayos la superficie de agua salada.

- ¿Qué ha pasado?
- ¿No lo recuerdas?- Bufó.
- No...
- Siempre estás igual. Se te olvida todo.
- No es momento para reprocharmelo, ¿no crees? Cuéntame. ¿Qué pasó?
- Un maelstrom. Absorbió el barco y lo escupió totalmente destrozado. Con nosotros dentro. Y, no sé como, pero llegamos hasta aquí. Tú te quedaste encallado más abajo y tuve que tirar de ti para que no te ahogases.
- ¿Viste a alguien más?
- No. Fue algo horrible. Quedaron solo astillas del barco. ¿Sabes lo que es eso? Tienes suerte de estar vivo. Tenemos suerte.
- Podríamos entrar en la selva, a ver si encontramos a alguien. O al menos algún sitio en el que quedarnos.
- De acuerdo. Pero no te separes mucho de mí.
- Vaya, no sabía que la fase dos hubiera tenido éxito.
- ¿La fase dos?
- La de mis encantos.
- Ni en esta situación dejas las bromas de lado.- Suspiró.

Entramos en la selva, que estaba a pocos pasos del mar. Todo estaba lleno de árboles, con una separación considerable entre ellos. sus hojas eran largas y un poco gruesas. El sol campaba a sus anchas allá adentro. Ya no se notaba tanto el olor a humedad del mar, y el viento no era tan fuerte, pues chocaba contra aquellas barreras naturales. Habían diversos arbustos y matorrales, cuyo color verde oscuro contrastaba con el verde claro y amarillento de la hierba que crecía a ras del suelo. Se veían insectos volando, como libélulas y mantis religiosas. En los árboles más interiores, se podían ver lianas colgando de ellos, y la apariencia cambiaba, pues tenían hojas más pequeñas, delgadas, y de un color más oscuro que las iniciales. Se escuchaba el canto de pájaros típicos del lugar, como los loros.

Nos detuvimos en un claro. Allí no había nada, salvo la hierba, que lo cubría todo. Fue entonces que apareció un viejo.

- Ey, Benjamin.- Me dijo.- ¿No es más bonito esto con flores?

Desapareció y todo se cubrió de flores. Rosas, amapolas, margaritas, tulipanes, camelias, orquídeas, lirios, iris, claveles, jazmines... Toda una explosión de colores y olores que aparecían de la nada. Por otra parte, pude distinguir varias mariposas de distintas especies; como la mariposa monarca, la tigre, la cebra; o simplemente mariposas comunes de diversos colores, destacando las azules, con un color más intenso que el resto. Todo aquello era un regalo para mí, pero estaba desconcertado, pues aquello había salido de la nada.

- ¿Tú también has visto al viejo?- Inquirí.
- ¿Qué viejo?
- El que había antes de que las flores apareciesen.
- ¿Te burlas de mí? Las flores llevan ahí desde que llegamos.
- ¿En serio?
- ¿Qué interés tengo yo en mentirte? Estoy diciendo la verdad. Seguro que sigues mal por el viaje. Un shock o algo. Vamos, ven.- Dijo, mientras me cogía de la mano.

Me metió entre las flores, y, mientras caminábamos, las mariposas volaban a nuestro alrededor. Y, de repente, los árboles de alrededor se notaban más cercanos entre ellos, y actuaban de parapeto contra el sol, pero el problema era que cada vez había menos luz allí.

Entonces, Helena se detuvo y, agarrándome de las manos, se tiró sobre las flores. Perdí el equilibrio y caí sobre ella. Nos quedamos mirándonos. Dos cuerpos mojados, que ardían cuanto más tiempo pasaban juntos. Íbamos a juntar nuestros labios cuando, de repente, todo se congeló. Todo excepto yo. Me levanté precipitadamente, confuso. Entonces vi al viejo.

- ¿Qué has hecho?- Pregunté.
- ¿Yo? Nada.
- ¿Por qué se ha parado todo?
- A lo mejor no quieres vivir solo de fantasías.
- ¿Qué quieres decir?
- Que estás cambiando tu interior.
- No lo entiendo. Para empezar... ¿Dónde estamos? ¿Quién eres?
- ¿No lo sabes? Estamos en uno de los mundos de tu mente. Y yo soy el constructor de mundos.
- ¿Quieres decir que todo esto no existe?
- Claro que existe. Todo lo que se crea tiene lugar en la realidad. Lo que ocurre es que solo se dará en la tuya.
- ¿Y por qué se ha detenido todo? Todavía no lo has explicado.
- Has venido aquí con frecuencia. Yo solo sigo tus órdenes. Tal vez sea que te has cansado de vivir en una realidad creada por ti. Y que quieras hacer una con tus propias manos, allá afuera.

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